Un Curso de Milagros (Capítulo 4, sección 4)
Si no puedes oír la Voz de Dios, es porque estás eligiendo no escucharla. Pero que sí escuchas a la voz de tu ego lo demuestran tus actitudes, tus sentimientos y tu comportamiento. No obstante, eso es lo que quieres. Eso es por lo que luchas y lo que procuras proteger manteniéndote alerta. Tu mente está repleta de estratagemas para hacer quedar bien al ego, pero no buscas la faz de Cristo. El espejo en el que el ego trata de ver su rostro es ciertamente tenebroso. ¿De qué otra manera, sino con espejos, podría seguir manteniendo la falsedad de su existencia? Con todo, dónde buscas para encontrarte a ti mismo depende de ti.
He dicho que no puedes cambiar de mentalidad modificando tu conducta, mas he dicho también, y en muchas ocasiones, que puedes cambiar de mentalidad. Cuando tu estado de ánimo te diga que has elegido equivocadamente, y esto es así siempre que no te sientes contento, reconoce entonces que ello no tiene por qué ser así. En cada caso, has pensado mal acerca de algún hermano que Dios creó, y estás percibiendo imágenes que tu ego forja en un espejo tenebroso. Examina honestamente qué es lo que has pensado que Dios no habría pensado, y qué no has pensado que Dios habría querido que pensases. Examina honestamente tanto lo que has hecho como lo que has dejado sin hacer, y cambia entonces de mentalidad para que así puedas pensar con la Mente de Dios. Esto puede parecer difícil, pero es mucho más fácil que intentar pensar al revés de como piensa Él. Tu mente y la de Dios son una. Negar esto y pensar de otra manera ha conservado a tu ego intacto, pero ha dividido literalmente a tu mente. Como hermano que te ama, tu mente es de suma importancia para mí, y te exhorto a seguir mi ejemplo cuando te contemples a ti mismo y cuando contemples a tu hermano, y a que veas en ambos las gloriosas creaciones de un Padre glorioso.
Cuando te sientas triste, reconoce que eso no tiene por qué ser así. Las depresiones proceden de una sensación de que careces de algo que deseas y no tienes. Recuerda que no careces de nada, excepto si así lo decides, y decide entonces de otra manera.
Cuando sientas ansiedad, date cuenta de que la ansiedad procede de los caprichos del ego. Reconoce que eso no tiene por qué ser así. Puedes estar tan alerta contra los dictados del ego como en su favor.
Cuando te sientas culpable, recuerda que el ego ciertamente ha violado las leyes de Dios, pero tú no. Los «pecados» del ego déjamelos a mí. Ése es el propósito de La Expiación o la Liberación del miedo. Pero hasta que no cambies de parecer con respecto a aquellos a quienes tu ego ha herido, La Expiación o la Liberación del miedo no podrá liberarte. Si te sigues sintiendo culpable es porque tu ego sigue al mando, ya que sólo el ego puede experimentar culpabilidad. Eso no tiene por qué ser así.
Vigila tu mente contra las tentaciones del ego, y no te dejes engañar por él. No tiene nada que ofrecerte. Cuando hayas abandonado ese desánimo voluntario, verás cómo tu mente puede concentrarse, trascender toda fatiga y sanar. No obstante, no te mantienes lo suficientemente alerta contra las exigencias del ego como para poder librarte de ellas. Eso no tiene por qué ser así.
El hábito de colaborar con Dios y Sus creaciones se adquiere fácilmente si te niegas diligentemente a dejar que tu mente divague. No se trata de un problema de falta de concentración, sino de la creencia de que nadie, incluido tú, es digno de un esfuerzo continuo. Ponte de mi parte sistemáticamente contra este engaño, y no permitas que esa desafortunada creencia te retrase. Los descorazonados no pueden ayudarse a sí mismos ni me pueden ayudar a mí. a Sin embargo, sólo el ego puede sentirse descorazonado.
¿Te has detenido a pensar seriamente en las muchas oportunidades qué has tenido de regocijarte y en cuántas has dejado pasar? El poder de un Hijo de Dios es ilimitado, pero él puede restringir la expresión de su poder tanto como quiera. Tu mente y la mía pueden unirse para desvanecer con su luz a tu ego, liberando la fuerza de Dios para que reverbere en todo lo que hagas o pienses. No te conformes con menos, y niégate a aceptar como tu objetivo nada que no sea eso. Vigila tu mente con sumo cuidado contra cualquier creencia que se interponga en el logro de tu objetivo, y recházala. Juzga por tus sentimientos cuán bien has hecho esto, pues ése es el único uso acertado del juicio. Los juicios, al igual que cualquier otra defensa, se pueden utilizar para atacar o para proteger, para herir o para sanar. Al ego se le debe llevar a juicio y allí declararlo inexistente. Sin tu lealtad, protección y amor, el ego no puede existir. Deja que sea juzgado imparcialmente y no podrás por menos que retirarle tu lealtad, tu protección y tu amor.
Eres un espejo de la verdad, en el que Dios Mismo brilla en perfecta luz. Al tenebroso espejo del ego no tienes sino que decirle: «No voy a mirar ahí porque sé que esas imágenes no son verdad». Deja entonces que el Santísimo brille sobre ti en paz, sabiendo que así y sólo así es como debe ser. Su Mente resplandeció sobre ti en tu creación y le dio existencia a tu mente. Su Mente resplandece todavía sobre ti y no puede sino resplandecer a través de ti. Tu ego no puede impedir que Dios resplandezca sobre ti, pero sí puede impedirte que le dejes resplandecer a través de ti.
El Primer Advenimiento de Cristo no es más que otro nombre para la creación, pues Cristo es el Hijo de Dios. El Segundo Advenimiento de Cristo no significa otra cosa que el fin del dominio del ego y la curación de la mente. Al igual que tú, fui creado en el primero, y te he llamado para que te unas a mí en el segundo. Estoy a cargo del Segundo Advenimiento, mi juicio, que se usa solamente como protección, no puede ser erróneo porque nunca ataca. El tuyo puede estar tan distorsionado que hasta creas que me equivoqué al escogerte. Te aseguro que eso es un error de tu ego. No lo confundas con humildad. Tu ego está tratando de convencerte de que él es real y de que yo no lo soy, ya que si yo soy real, no puedo ser más real que tú. Ese conocimiento -y te aseguro yo que es conocimiento- significa que Cristo ha venido a tu mente y la ha sanado.
Yo no ataco a tu ego. Trato con tu mente superior -la morada del Espíritu Santo- tanto si estás dormido como si estás despierto, al igual como tu ego trata con tu mente inferior, que es su hogar. Me mantengo alerta por ti con respecto a esto porque tú estás tan confundido que te resulta imposible reconocer tu propia esperanza. No estoy equivocado. Tu mente optará por unirse a la mía, y juntos somos invencibles. Tú y tu hermano os uniréis finalmente en mi nombre, y vuestra cordura os será restaurada. Resucité a los muertos porque sabía que la vida era un atributo eterno de todo lo que el Dios viviente creó. ¿Por qué crees que habría de ser más difícil para mí inspirar a los desanimados o estabilizar lo inestable? Yo no creo que haya grados de dificultad en los milagros; tú sí. Te he llamado y tú responderás. Yo comprendo que los milagros son acontecimientos naturales porque son expresiones de amor. El que yo te llame es tan natural como el que tú me respondas, e igualmente inevitable.