Los problemas de autoestima pueden tener consecuencias en cualquier área de nuestras vidas. Sin embargo, no siempre podemos ver claramente estos problemas en nosotros mismos, porque en gran medida se trata de procesos inconscientes, que han tomado el control de grandes áreas de nuestra conducta sin que nos hayamos dado cuenta.
Es una buena idea, entonces, observar con mucha atención algunos detalles para aprender más acerca de nosotros mismos.
Para comenzar voy a dar un ejemplo muy simple de algo que todavía me sigue pasando: cada vez que alguien quiere sacarme una foto me pongo un poco incómodo y casi nunca consigo salir sonriendo de manera espontánea.
Muchas veces salgo mal en las fotos, se nota que no estoy distendido. Y como ahora todos los teléfonos móviles tienen cámara, cada vez es más común que alguien decida tomar una foto. Tengo, entonces, bastantes oportunidades de observarme en esta situación que me resulta inexplicablemente molesta.
Aquí un video de alguien que también sale mal en las fotos:
«Ponete Lindo», publicidad de Fibertel.
Sé que en mi caso esta dificultad para permanecer relajado frente a una cámara tiene que ver con algún grado de temor que todavía representa para mí la «mirada del otro», simbolizada en este caso por la cámara.
Este problema es relativamente común. Por eso una de las habilidades que debe desarrollar un fotógrafo que pretenda tomar buenos retratos es saber crear un ambiente distendido donde la persona a fotografiar se sienta cómoda y segura.
El temor a hablar en público, a mostrar nuestros talentos, a compartir el resultado de nuestro trabajo, a expresar los propios sentimientos o, de manera más general, a interactuar en cualquier manera con los demás, son todas variantes de un mismo problema. Recientemente comenzó a llamarse fobia social a cualquier «cuadro» más o menos grave relacionado con estas dificultades.
Diferentes problemas, una única causa
En todo este artículo me refiero sólo a esas situaciones de cierta inseguridad frente a los demás por las que todos pasamos de vez en cuando. Claro que también hay casos extremos que están relacionados con verdaderas patologías, pero no me refiero aquí a esas personas que lamentablemente las padecen.
La timidez, la vergüenza o cualquier otra sensación de inseguridad que podamos experimentar al interactuar con otras personas, son emociones un tanto desconcertantes. Si no las analizáramos demasiado podríamos cometer el error de creer que son simplemente rasgos de la personalidad.
Sin embargo, normalmente no tenemos dificultades para expresarnos libremente si estamos en compañía de buenos amigos. Podemos ver que bajo ciertas circunstancias sabemos actuar de otra manera, no tenemos estas limitaciones, entonces no forman parte de la «estructura» de nuestra personalidad.
Los temores son más frecuentes o intensos si estamos frente a desconocidos o personas con las que aún no nos sentimos «en confianza», especialmente si sus opiniones son muy importantes para nosotros.
Y esta última observación encierra la clave para comprender el problema básico, la causa detrás de todas estas dificultades: la importancia que le damos a la opinión de los demás.
Cuando le concedemos una importancia exagerada a la opinión que los demás tienen de nosotros, actuar frente a otras personas se vuelve algo «peligroso», porque nos parece que cualquier error que podamos cometer puede desencadenar la tan temida desaprobación.
Aquí una breve lista de algunos rasgos de las personas excesivamente preocupadas por la opinión de los demás:
- Tratar de complacer a todo el mundo.
- No saber decir que no. Es un caso particular del anterior, pero es un problema tan frecuente que merece su propio lugar en esta lista.
- Ser muy susceptibles a la crítica.
- Tener dificultad para tomar decisiones, en especial (lógicamente) aquellas que pueden provocar desaprobación.
- Preferir la soledad a la compañía. Las relaciones se vuelven complicadas y sólo se está a gusto con un puñado de personas.
- Llevar una vida monótona y aburrida… pero «a salvo» de posibles críticas.
Cuando nos preocupa exageradamente la opinión de los demás, las prioridades en nuestra vida se alteran dramáticamente. Nuestros propios deseos pasan a un segundo plano, son reemplazados por un impostor: el «deseo» de agradar.
Tratar de obtener compulsivamente la aprobación de los demás se convierte además en una tarea especialmente ingrata porque las personas detectan rápidamente que hay algo raro en quien se esfuerza tanto por agradar… y esto, paradójicamente, suele producir rechazo.
Muy bien, hasta aquí la descripción del problema. Pero quienes experimentan la tiranía de necesitar la aprobación de los demás ya lo conocían en detalle. En cambio, no es tan conocida la única manera de resolverlo.
Diferentes problemas, una única solución
Si una persona tiene una limitación cualquiera, lo que necesita hacer para superarla es tratar de desarrollar alguna nueva habilidad o talento. A lo largo de nuestras vidas hemos aprendido a hacer infinidad de cosas, cualquiera de ellas sería un buen ejemplo: aprendimos a caminar, a hablar, a leer y escribir, etc. Desarrollamos todas esas destrezas y superamos así innumerables limitaciones.
Y esto vale también para superar nuestros miedos. Siempre se trata de aprender algo nuevo para poder vencerlos:
Pero cuando se trata de superar el temor a la desaprobación de los demás, algo inesperado sucede, ninguna estrategia parece funcionar, todos los esfuerzos fracasan.
Porque si no conseguimos primero alcanzar un mayor nivel de consciencia que nos permita ver la situación desde una nueva perspectiva, podemos pasarnos la vida entera (literalmente!) luchando contra este tipo de problemas. De nada sirve enfrentar abiertamente estos temores, porque aunque suene muy raro, en realidad nunca es a los demás a quienes les tenemos miedo. No encontraremos la manera de resolver este tipo de dificultades mientras pensemos que lo que nos asusta está «afuera» de nosotros.
Y como las relaciones que establecemos con las demás personas siempre son un reflejo de la relación que tenemos con nosotros mismos, si lo que sentimos cuando estamos con otros es miedo a ser criticados, eso sólo puede significar que somos exageradamente críticos con nosotros mismos, que nos tratamos con excesiva dureza, sin amor.
Sólo podemos resolver los problemas de inseguridad frente a los demás cuando comprendemos sin lugar a dudas que la raíz del problema es el desproporcionado nivel de autocrítica con el que nos juzgamos. Entonces nos volvemos inmunes a la crítica de otros, como si hubiéramos sido «vacunados», y ya no hay ningún peligro en exponernos ante las demás personas.
Así, llegamos una vez más a la misma conclusión que en tantos otros artículos anteriores: aceptarse y quererse a uno mismo es la clave para embellecer nuestro mundo interno… ese mundo interno que siempre veremos reflejado, fielmente, en nuestras relaciones con los demás.
Axel Piskulic