Afiche de la película «Juegos de guerra» (WarGames)
Juegos de guerra es el título de una película ciencia ficción y suspenso del año 1983. Un chico que todavía va a la escuela secundaria consigue hackear a la supercomputadora que centraliza el manejo de las armas nucleares de los Estados Unidos y casi desata una guerra nuclear global. Este joven hacker involuntariamente le hace creer a la computadora que la Unión Soviética ha lanzado un ataque nuclear masivo. Es que el chico pensaba que sólo se trataba de un juego de simulación y estrategia, un simple «juego de guerra».
La película se estrenó hace 41 años. Si no la viste en todo este tiempo seguramente ya no pensabas verla, así que voy a contar aquí cómo termina. En los últimos minutos, cuando ya parece inevitable que la supercomputadora comience a lanzar una infinidad de misiles nucleares, el protagonista tiene la brillante idea de enseñarle a la máquina un juego muy sencillo. En mi país se llama Tatetí pero creo que es más conocido como Tres en línea.
Este juego es muy simple y sólo puede entretener a los más chicos porque después de haberlo jugado algunas veces cualquier adulto entiende que siempre termina en empate. Este último punto es el que importa en la película: si el rival es mínimamente inteligente, en este juego es imposible ganar. Y la «inteligencia artificial» de la computadora rápidamente comprende este nuevo concepto y lo aplica todos los escenarios posibles de una guerra nuclear global.
La computadora, entonces, llega a la conclusión de que si procede a lanzar los misiles, no habría un verdadero ganador, el mundo en su totalidad sería destruido. Y simplemente desiste.
Estos son los minutos finales de la película:
Los juegos que sí se pueden ganar
En todo momento estamos elaborando planes. Algunos son muy importantes, tal vez a largo plazo, y otros mucho más modestos, como la lista de las tareas que haremos durante el día.
Normalmente tenemos diferentes proyectos en curso, en distintas áreas de nuestra vida y que abarcan diferentes lapsos de tiempo. No hay nada malo con eso. Nuestro ego es el que identifica los problemas y el que propone una estrategia para resolverlos, o el que fija metas y ve luego la mejor manera de alcanzarlas.
Para eso es útil el ego, es una herramienta valiosa.
Podríamos comparar cualquiera de estos proyectos con un juego, ya que llevarlos adelante puede demandar de nosotros energía, talento, atención… y, si sabemos disfrutar de las actividades que desarrollamos habitualmente, hasta pueden ser entretenidos o agradables.
Hemos llevado a cabo muchísimas de estas tareas a lo largo de nuestras vidas. Y casi siempre lo hacemos bastante bien. La lista sería interminable. Cada día que vamos al trabajo es una sucesión de actividades que llevamos a cabo. Cada vez que vamos de vacaciones organizamos nuestro tiempo lo mejor que podemos y disfrutamos lo que el lugar nos ofrece. Cada vez que hacemos una compra comparamos opciones y tratamos de tomar la mejor decisión.
Pero a veces el ego nos embarca en otro tipo de proyectos… en actividades que en realidad están completamente fuera de su alcance.
El juego que el ego nunca puede ganar
Decíamos que el ego nos ayuda a identificar y resolver problemas, y que para eso es muy útil.
Y cuando el objetivo es simplemente «ser felices», el ego también nos mostrará diferentes caminos para alcanzar esa meta y nos asegurará que conoce las mejores estrategias para llegar a ese anhelado estado.
Pero en realidad el ego no conoce la manera de hacernos felices. Pondrá delante de nosotros diferentes «zanahorias» y nos hará avanzar en distintas direcciones, pero nunca nos mostrará el camino correcto.
Y esto es siempre así porque en realidad el ego se alimenta de nuestras preocupaciones y temores. Existe sólo si nos sentimos solos y culpables. Se reduciría a su mínima expresión si estuviéramos libres de cualquier emoción negativa, si aprendiéramos a disfrutar plenamente de nuestra vida tal como es hoy, aquí y ahora.
Por eso nos dice todo el tiempo que algo nos falta para poder ser felices. Y entonces se propone como nuestro guía para ayudarnos a superar los problemas que, según él, nos impiden sentirnos bien.
Para las personas de clase media, por ejemplo, un proyecto de vida muy repetido es más o menos así: estudiar, formar una pareja, graduarse, conseguir un buen trabajo, casarse y formar una familia. Y está muy bien tratar de alcanzar estas metas si es que realmente nos interesan. Pero también hay que tener muy presente que la felicidad no depende de ninguna de estas cosas, sino que es un estado de plenitud que sólo podemos cultivar en nuestro interior.
Intentar vivir la vida de esa manera, tratando de ser felices alcanzado primero determinadas metas, es como jugar uno de esos juego en los que nunca podemos ganar. La computadora de la película «Juegos de guerra» aprendió acerca de este tipo de juegos, jugando al Tatetí o Tres en línea. Luego lo aplicó a los posibles escenarios de una guerra global, y entonces dijo: «Extraño juego. La única manera de ganar es no jugar».
Y la única manera que conozco de ser feliz es decidirse a no jugar el juego que nos propone el ego, sino sólo disfrutar el momento presente. Y la única manera que conozco de disfrutar el momento presente es apreciar el aquí y ahora, independientemente de todos los problemas que parezca haber en nuestra vida.
Se trata simplemente de hacer una pausa, poner en nuestros labios una sonrisa imperceptible y llenar nuestro corazón de paz y gratitud.
Cualquiera puede hacerlo por un momento. Y quien realmente se lo proponga finalmente aprenderá a vivir cada día de su vida de esa maravillosa manera.
Axel Piskulic