Mapa de la isla de Pascua
Para llegar a la isla de Pascua, es necesario que compres primero un pasaje, normalmente en avión, y luego que hagas un largo viaje.
Eso es todo. Ahí terminan las instrucciones. Parece que el asunto era bastante fácil de explicar.
Pero este es un excelente punto de partida para sacar dos conclusiones muy importantes.
Mi sobrina Andrea, que es acróbata, estuvo en la isla de Pascua y compartió en Facebook muchas fotos que se sacó allí:
Andrea Celeste Ferraris en la isla de Pascua
Y acá está ella haciendo lo que tanto le gusta y que es al mismo tiempo su actividad de cada día:
Andrea Celeste Ferraris, acrobacia en aro
La primera conclusión (bastante rebuscada, lo reconozco), es que se puede vivir de cualquier actividad que nos guste, que sea nuestra verdadera vocación… por más rara que parezca. Tal vez ya no tengamos la edad para dedicarnos a hacer acrobacias, pero seguramente todavía hay algo interesante que tenemos pendiente y que sería bueno que nos decidamos a encarar.
Y acá viene la segunda conclusión, la que de verdad tiene que ver con este artículo.
Cuando nos vamos de vacaciones, la parte agradable es la etapa que pasamos en el destino elegido. Por ejemplo, la isla de Pascua. En cambio el viaje, sobre todo si es largo, no es muy interesante. Suele ser bastante aburrido.
Si vamos al cine, lo interesante es ver la película. Todavía me acuerdo que fui con mi hermano a ver Tiburón… ¡hace más de 40 años! Pero la verdad es que no recuerdo ninguna otra cosa que haya hecho ese día.
Esta situación parece inevitable. Recordamos y disfrutamos la parte novedosa de la experiencia y olvidamos o sufrimos la parte rutinaria.
Lo grave es que…
No deberíamos padecer nuestras obligaciones de toda la semana a la espera de que por fin llegue el viernes. Ni vivir estresados todo el año confiando en que nos recuperaremos en las vacaciones… ni aunque las pasemos en la isla de Pascua.
No importa que alguna etapa de nuestra vida parezca monótona o aburrida. No podemos ponerle condiciones a nuestra felicidad.
Expresado así, esto parece ser una verdadera condena. Y en cierta forma lo es: estamos condenados a padecer, a menos que decidamos cambiar nuestra manera de pensar y elijamos ser felices. Porque si no somos capaces de disfrutar de este momento, seguramente tampoco lo haremos más tarde, ni mañana, ni el año próximo. Siempre nos parecerá que falta algo.
Si sentimos que en este momento «estamos yendo», nunca podremos apreciar el presente. Mejor, declaremos que «ya llegamos» y simplemente disfrutemos de lo que hay aquí, de lo que tenemos ahora.
Axel Piskulic